Una mujer entre dos mundos
La protagonista de la historia es Montserrat: una mujer cuya obsesión por Sor Juana Inés de la Cruz –la célebre poeta novohispana del Siglo de Oro– la lleva a afirmar que ella misma es la Décima Musa. Su lenguaje cotidiano se expande hacia los versos de Sor Juana, como si su identidad estuviera completamente impregnada por la monja.
El drama se desarrolla en un centro especializado, donde se intenta tratar a esta paciente que habita en los límites entre la devoción intelectual y la psicosis. Montserrat, en su delirio, identifica a la médica que la atiende como la virreina María Luisa Manrique de Lara, figura que en la vida de Sor Juana fue su protectora y amiga íntima. Al médico lo ve como el obispo de Puebla, Juan de Palafox y Mendoza, quien fue un símbolo de censura hacia el pensamiento libre de las mujeres. Estos desplazamientos entre la historia y la ficción revelan tanto las tensiones del pasado como los conflictos personales de los personajes actuales.
Lo más fascinante en «Sombra de mi bien» es la progresiva transformación de la relación entre la paciente y la especialista. La paciente, envuelta en la ilusión de ser la monja, seduce con sus versos. La conexión entre ambas crece a través de los poemas de Sor Juana, que emergen en los momentos más íntimos de la interacción.
Aquí, la poesía se convierte en un puente hacia la pasión y el deseo, revelando una atracción entre ambas mujeres, donde la palabra es vehículo de la fascinación, la confusión y el poder. La obra no es solo un retrato de un caso psiquiátrico peculiar, sino también una exploración de temas universales. Tal como Sor Juana desafió las normas de su tiempo al exigir el derecho a estudiar y escribir, la protagonista desafía a los médicos con su negativa a renunciar a su versión de la realidad.
Elenco sólido y dirección precisa
Las actuaciones de Catarina Mesinas como la paciente y Rocío Damián en el papel de la especialista, destacan por su intensidad emocional. Mesinas logra un equilibrio, llevando al espectador a cuestionarse si su personaje es una soñadora atormentada o una mujer verdaderamente iluminada. Rocío Damián, por su parte, interpreta con sutileza a la profesional que se debate entre su rol terapéutico y sus emociones personales, lo que añade capas de tensión dramática a la historia. Javier Oliván complementa el elenco con un desempeño sólido como el médico varón, cuyo escepticismo ofrece un contrapeso necesario a la atmósfera de creciente pasión y delirio.
Con una dirección precisa de Gilberto Guerrero Vázquez, «Sombra de mi bien» se convierte en una experiencia teatral intensa, donde la poesía es liberación. La atmósfera de la obra, potenciada por las actuaciones impecables y un texto profundamente literario, mantiene al espectador atrapado entre dos tiempos: el México colonial de Sor Juana y el presente contemporáneo. Una propuesta que, sin duda, quedará resonando en la memoria del público, tal como los versos de la Décima Musa siguen vivos, más de tres siglos después.